Me quedé
con la sal de Maligno,
con la voz desgarrada
y la mano impía escribiente.
Los emeiles obscenos,
escritos en agonía,
lejanos en América
en fría tarde de Ñuñoa.
Me quedé a medio escribir
una carta de preguntas
a la destinataria que cambió su dirección
y no me avisó.
La soñé por las calles,
con su marido,
con sus hijos,
en bicicleta
y Ñuñoa estaba quebrada
en diminutos pedacitos
Las veredas tiesas
se agrietaron.
Yo iba a hablar de poesía,
¿o de que otra cosa se podía?
Ñuñoa atemporal,
con plaza, bancos y palomas
El que vende la poesía barata
Los que votan a derecha
Los que hacen crucigramas
Las perras que fumaban.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario